GARCÍA MONTESINOS, Rosendo

(Petrer-Alicante, 1939)

Todas las semblanzas

Si alguien en Petrer puso todo su empeño en defender la República, ese fue Rosendo García, conocido por “Pelele”. Propuesto por el Gobernador Civil en febrero de 1937 y ratificado por todos los concejales del Ayuntamiento en el cargo de alcalde, Rosendo García se distinguió de todos los demás que formaban parte del Consejo Municipal por su empeño en adquirir alimentos y consumos para paliar el racionamiento obligatorio y repartir de forma más equitativa, los recursos obtenidos en un territorio que vivía la guerra desde la retaguardia, y estaba habitado por numerosos niños y adultos refugiados en esta zona.

Rosendo García se afilió, durante de Dictadura de Primo de Rivera, al sindicato de la Unión General de Trabajadores (UGT) y al Partido Socialista. Ebanista de profesión fue elegido Presidente del Sindicato de Oficios Varios en 1932 y, años más tarde, Secretario de Cultura y Propaganda del Partido Socialista. Quienes llegaron a conocerle afirman que fue un republicano muy responsable, buen conocedor de su oficio, además de preocupado y entregado en la tarea de aliviar las carencias y los problemas que tenía el pueblo durante la guerra. También hay quien dice que tenía un carácter fuerte, algo exagerado en el uso de la palabra, lo que le acarreó algún que otro problema durante el tiempo que ocupó el gobierno municipal.

Durante los primeros meses de guerra, el territorio que ocupaba la retaguardia quedó en manos de comités formados por milicianos adscritos a sindicatos y partidos políticos. La quiebra del Estado y sus instituciones favoreció durante los primeros meses la aparición de una minoría incontrolada que ejerció una violencia criminal. La víctima elegida no tenía ninguna posibilidad de defensa ni de tener un juicio justo acorde a un estado de derecho como era la Segunda República. Esto actos reprobables y punibles de unos pocos, cubrieron de desprestigio al gobierno dentro y fueras de nuestras fronteras.

A finales de agosto de 1936, el gobierno republicano en un intento de acabar con estos atropellos y evitar que cualquier vecino pudiera tomarse la «justicia» por su mano, legalizó tribunales especiales, conocidos por Tribunales Populares. Su misión consistía en juzgar los delitos tipificados en el ordenamiento jurídico vigente, con las limitaciones y agravantes propios de una situación de guerra. Se establecieron garantías procesales a los encausados con el fin de acabar con desmanes y asesinatos en las cunetas. En octubre de 1936, Rosendo García, junto con nueve vecinos más, fue citado como testigo por el Tribunal Popular de Alicante. El juicio sumarísimo iba a dictaminar la responsabilidad penal de treinta vecinos de Petrer acusados de formar parte de una trama civil que iba a dar apoyo a los militares golpistas. Ocho vecinos de Petrer de filiación derechista fueron declarados culpables y condenados a muerte, el resto fueron condenados a penas de prisión. Pues bien, al acabar la guerra, los vencedores no tuvieron compasión con aquellos que habían formado parte del jurado. La venganza fue implacable. Solamente aquellos que pudieron exiliarse se libraron de la pena de muerte.

Al frente de la alcaldía, Rosendo García tuvo como principal objetivo abastecer de comida y agua potable a la población, procurando la compra de víveres en origen: arroz de Valencia, aceite de Jaén, trigo de Albacete y Ciudad Real. Durante los años de guerra, visitó las sedes ministeriales de Valencia y Barcelona, y también procedió a la construcción de refugios o la adquisición de material sanitario ante la posibilidad real de que el pueblo fuera bombardeado. Otro aspecto del gobierno municipal, poco conocido, fue la realización del primer ensanche urbano de Petrer conocido por el «Derrocat». Otra realización suya importante al frente del Consejo municipal fue la emisión de papel moneda para paliar la falta de billetes de uso corriente en el comercio al por menor. Se pusieron en circulación billetes de 25 y 50 céntimos y de 1 y 2 pesetas, conocidos en la población por «Rosenditos».

Rosendo García fue detenido en Petrer al acabar la guerra. Había intentado como muchos miles de republicanos salir del territorio español en uno de los barcos atracados en el Puerto de Alicante, pero ya era tarde. Con su esposa Amalia, embarazada de siete meses, y con una niña de once años se trasladaron andando hasta Petrer, buscando el refugio de la familia. A su llegada, Rosendo García fue rápidamente delatado y encarcelado.

El juicio Sumarísimo se celebró sin tardanza el veintidós de agosto de 1939 en las Escuelas Nacionales de la localidad. Como puede comprobarse en el Consejo Guerra Sumarísimo n.º 2496, conservado en el Archivo de la Defensa en Madrid, Rosendo García fue acusado de participar en las detenciones de personas de derechas de Petrer, de ser testigo de cargo y de formar parte en el juicio contra el Sargento de la Guardia Civil Arcadio Sánchez; también, de ser inductor de las incautaciones y requisas de fincas, bienes y muebles, de ser voluntario en el ejército republicano, guardia de asalto y Alcalde Presidente del Consejo Municipal de la Villa de Petrer. Al ser preguntado durante el juicio por el fiscal acerca de si había formado parte del pelotón de fusilamiento que ejecutó a José Antonio Primo de Rivera, Rosendo contestó que ese rumor circulaba por la población, pero que era totalmente falso, ya que él no se encontraba en Alicante el día de la ejecución. En su defensa, declaró que siendo alcalde, y siguiendo las órdenes del Gobernador Civil, practicó siete u ocho detenciones, pero que ninguna de esas personas sufrió ningún daño; que efectivamente había sido testigo en el tribunal de Alicante que sentenció a muerte a vecinos de Petrer; que estuvo como voluntario dos meses en el frente; que fue guardia de asalto y que sólo había practicado una detención antes de ir al frente, de un vecino del pueblo que salió en libertad a los doce días de ser arrestado.

Como testigo presencial del juicio, José Maria Navarro «Costalet» escribe en sus Memorias que «las acusaciones directas no eran refutadas por la defensa… con facilidad se apreciaba la farsa de aquel montaje representativo previamente preparado». El veredicto estaba dictado desde el primer momento de su detención.

Según testimonios recogidos, desde su detención a finales de marzo, el que fue alcalde de Petrer sufrió constantes y terribles palizas; primero en el centro de detención conocido por el Gran Cinema de Petrer, más tarde en la plaza de toros de Monóvar. Para más escarnio, las palizas propinadas al detenido tuvieron a sus compañeros de cautiverio como obligados espectadores, quienes gritaban impotentes intentando detener sin éxito aquellos tormentos sin fin.

El 16 de noviembre de 1939, ocho meses después de la detención, fue ejecutado. De los dieciséis republicanos de Petrer que meses más tarde serían fusilados, solamente Rosendo García fue asesinado en la localidad, al parecer por deseo expreso de la Falange local.

Setenta años después, su hija Emma recuerda la última vez que vio a su padre: nos cuenta que era de noche, y que cuatro militares vigilaban la puerta principal del colegio. Un tío suyo había hecho café y se lo llevó al preso con la buena intención de aliviar sus últimas horas. Entre risas y jolgorio, aquel café fue arrojado a la cara del condenado por los falangistas. Superando muchas dificultades, su esposa Amalia, unos pocos familiares muy allegados y su hija Emma fueron autorizados a despedirse del condenado para siempre. De uno en uno, obligatoriamente por separado y con la amenaza expresa de al primer llanto o muestra ostensible de dolor se daría por acabada la visita. Emma era una niña con algo más de diez años de edad; cuando llegó su turno, abrazó muy fuerte a su padre y se despidió reprimiendo su dolor. De sus ojos no manaron las lágrimas, que tomaron la dirección del corazón donde todavía las guarda. Después de tantos años, Emma recuerda que su padre parecía tranquilo, estaba sentado de lado junto a una mesa presidida por un crucifijo. Supo años más tarde que su padre se negó a tomar la comunión; no era creyente y no se doblegó ante las presiones de una iglesia que había bendecido una guerra elevada al grado de cruzada nacional.

Amaneció temprano aquel trágico 16 de noviembre. La Falange local pidió a los militares que ocupaban el pueblo el «privilegio» de fusilar a un alcalde socialista, un republicano del Frente Popular. Llegaron al cementerio todavía de noche, un poco antes de la siete de la mañana; varios de camisas azules y números de la Guardia Civil bajaron al prisionero de un camión. Con sus fusiles al hombro, arrastraban «el alma de charol y el plomo sus calaveras», como escribiera el poeta Federico García Lorca. Llevaban a la muerte, como a tantos otros, a un hombre honrado.

Bonifacio Navarro Poveda